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El silencio de Paco Salazar

Eduardo Martínez Benavente

Marzo 25, 2007.

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Creo que ningún otro político potosino ha alcanzado tanta notoriedad a nivel nacional e inclusive más allá de nuestras fronteras, como el Ingeniero Francisco Javier Salazar Sáenz. Su desempeño como Secretario de Trabajo y Prevención Social; y vocero del Gobierno federal en los días infaustos del desastre de la mina de Pasta de Conchos, en el Estado de Coahuila, lo convirtieron en el funcionario foxista más lastimado del sexenio que recibió todo el “odium plebis” por el fracaso en el rescate de los mineros de la planta de carbón; mientras que su jefe, Vicente Fox, salía ileso del percance.

Ya en enero de 1997, en la campaña interna del Partido Acción Nacional para elegir a su candidato a la gubernatura del Estado, el precandidato Salazar había sido victima de los abusos y desplantes de Fox, pues como gobernador de Guanajuato apoyó abiertamente a su contrincante y principal opositor Marcelo de los Santos, asistiendo a un comida de proselitismo unos días antes de que en una segunda vuelta y por un estrecho margen, éste le ganara la elección.

Los que hemos tratado a Paco Salazar advertimos desde el primer momento en que lo vimos al frente de la tragedia, que Fox había escogido a la persona menos indicada para una tarea que exigía de una persona con mucho tacto, oficio y diplomacia para administrar una crisis de ese tamaño. No se trataba de ubicar en ese lugar a un político inteligente, atributo que nadie le cuestiona; sino a una persona con una enorme sensibilidad, de la que carece el Ingeniero.

En los tensos días de la resistencia navista de 1991, en la casa del panista Miguel Cabrera, cuando se diseñaban las estrategias para tumbar a Fausto y conseguir reformas electorales sustanciales, fuimos testigos de su trato duro y sin miramientos. En esa ocasión su blanco fue el propio Doctor Salvador Nava, cuando airadamente le reclamó en una reunión con sus colaboradores más próximos, que ni que fuera Dios para no equivocarse; porque no fue de su agrado la propuesta de no participar en las elecciones municipales de ese año, en razón de que no había condiciones de equidad y los organismos electorales estaban en manos del gobierno. Las relaciones con los panistas se deterioraban todos los días con actitudes como éstas, hasta llegar al rompimiento total con nuestros aliados.

Quién no recuerda las patéticas escenas que hace un poco más de un año difundían una y otra vez las cadenas de televisión de todo el planeta con el detalle morboso del dolor de los familiares de los mineros atrapados, que esperanzados en un milagro deseban verlos salir sanos y salvos por la boca de la mina. Milagro en el que les hizo creer el propio Secretario a los desesperados parientes de los mineros, cuando le habían informado que debido a la magnitud de la explosión, no podía haber sobrevivientes. Sus creencias religiosas se habían sobrepuesto a la información técnica y científica de que disponía. La zarandeada que sufrió Paco Salazar cuando les anunció en su estilo frío y directo lo que no querían escuchar y menos aceptar: que no había sustento de vida. El fallido golpe auspiciado desde su Secretaría para derrocar a Napoleón Gómez Urrutia, por haber desviado 55 millones de dólares que les correspondía a los trabajadores por concepto de indemnizaciones. El reconocimiento del nuevo “líder” que lo sustituyó al frente del Sindicato, con los mismos vicios y señalamientos del depuesto, pero más leal y disciplinado al gobierno y a los intereses de los empresarios. Los muertos y heridos que ocasionó la toma de las instalaciones de la Siderurgica Lázaro Cárdenas, en la que se exhibió una vez más el fracaso de la política como medio para resolver conflictos y el abuso de la fuerza pública que en esa ocasión se utilizó con desmedida torpeza. Su ofensivo comentario de que los mineros se las tronaban, con lo que trató de responsabilizar a los trabajadores y no a los dueños de las minas, como una posible causa de los accidentes que ocurren en sus áreas de trabajo. No pudo concretar las reformas de fondo de la Ley Federal del Trabajo, una legislación superada por la realidad, y el fracaso del gobierno foxista de crear un millón de empleos al año bien renumerados. En fin son tantos los señalamientos negativos de su gestión en la Secretaría del Trabajo, que todo lo positivo que pudo haber realizado se diluye tristemente en este mar de desaciertos.

El ingeniero Salazar debe saber que la única acción por la que va a ser recordado el resto de sus días es por su intervención en Pasta de Conchos; todas sus demás actuaciones quedarán en el olvido. Sabe que el tema es recurrente y que cada año será utilizado para conmemorar la muerte de los 65 trabajadores; y ni así se anima a dar una respuesta contundente a las graves acusaciones del gobernador de Coahuila, Humberto Moreira; un político de dudosa calidad moral que hasta después de un año reveló que junto con Salazar Sáenz recibieron la instrucción “perversa e inmoral” del Presidente Fox, que para proteger a funcionarios de su gobierno y a los dueños de la mina debían distraer la atención culpando a gente inocente, y metiéndola a la cárcel. Su decisión parece inamovible; no obstante que en su última comparecencia en la Cámara de Diputados defendió a ultranza, desde la tribuna, al Sindicato de maestros universitarios que había dirigido, cuando un legislador lo calificó como entreguista, sin importar en esa ocasión que ya no eran asuntos de su competencia. No sabemos qué es lo que obliga al ex senador a guardar silencio. Ni siquiera para consumo de los potosinos ha aceptado dar una respuesta a tales acusaciones. Su silencio no parece ser el silencio de los inocentes, finalmente sabemos que nunca se hará justicia y la impunidad seguirá campeando sobre los cadáveres de los mineros que murieron por negligencia criminal de la empresa y de los burócratas de la Secretaría del Trabajo que permitieron que esa mina siguiera operando en condiciones extremas de explosividad.

 

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